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Negociar no es rendirse

Pedro Arcila

La esencia de negociar radica en la creación de mejores condiciones para las partes involucradas. Cada transacción, cada acuerdo logrado, representa una tabla de salvación ante la posibilidad de un callejón sin salida

La negociación es un arte que se manifiesta en cada expresión de la experiencia humana, desde los intercambios cotidianos hasta los complejos diálogos políticos y económicos. Es un proceso que requiere un delicado equilibrio entre la persuasión, el entendimiento y la estrategia. La idea de que negociar es rendirse es un error fundamental; por el contrario, negociar es una habilidad que permite alcanzar acuerdos beneficiosos sin necesidad de recurrir a la confrontación, siempre costosa y desgastante. La experiencia dice que la negociación no solo es una herramienta esencial para resolver conflictos, sino que también encarna un acto de fortaleza y visión que sienta las bases para interacciones futuras más constructivas.

La percepción errónea de que la negociación signifique capitulación proviene de una interpretación superficial del conflicto. Cuando dos partes se enfrentan, ya sea en el ámbito personal, profesional o político, la inclinación natural puede ser mantenerse firme en sus posiciones. Sin embargo, esta postura rígida rara vez conduce a un resultado favorable. En lugar de obtener victorias, se corre el riesgo de incurrir en pérdidas mayores, que pueden abarcar no solo bienes materiales, sino también relaciones, reputaciones e incluso vidas. En este sentido, negociar se transforma en una virtud y no en una señal de debilidad.

La historia está repleta de ejemplos en los que la falta de negociación ha llevado a consecuencias devastadoras. Consideremos el caso de Irak, donde la negativa a dialogar y buscar soluciones pacíficas culminó en un conflicto armado que dejó cicatrices profundas en la sociedad. Las guerras de Siria y Libia han sido igualmente trágicas, en parte porque las partes involucradas se negaron a ceder terrenos en aras de encontrar algún tipo de solución negociada. La voluntad de negociar, aun en circunstancias extremas, puede ser el primer paso hacia la reconciliación y la paz. Tal vez sea pertinente recordar las palabras de Nelson Mandela: “No hay nada como volver a un lugar que parece no haber cambiado para darte cuenta de cuánto has cambiado tú”. Negociar cambia a quienes se involucran, abre puertas y crea oportunidades de entendimiento.

Un ejemplo significativo de cómo la negociación puede transformar el conflicto se encuentra en la mitología griega, narrada por el geógrafo Pausanias. En su relato, Poseidón y Helios se disputaban el control del territorio de Corinto, y la sabia intervención del gigante Briareus evitó un enfrentamiento destructivo. La propuesta de dividir el territorio entre ambos dioses no fue un signo de debilidad, sino de inteligencia estratégica. Esta historia resuena en el presente, recordándonos que las mejores soluciones suelen encontrarse cuando hay disposición para escuchar y considerar las necesidades del otro.

La negociación también nos brinda la oportunidad de conocer a nuestro «contendiente», un término más apropiado y positivo que «enemigo». A través del diálogo, tenemos la posibilidad de comprender no solo sus motivaciones y deseos, sino también su razonamiento y credibilidad. Este intercambio puede facilitar el establecimiento de relaciones de confianza y respeto mutuo, elementos necesarios para cimentar acuerdos duraderos. La historia nos enseña que aquellos líderes que han sido capaces de mantener diálogos abiertos, incluso en tiempos de gran tensión, son recordados como visionarios. Así fue el caso de varios líderes mundiales que, al optar por la vía de la negociación, lograron evitar conflictos bélicos innecesarios y construyeron puentes entre naciones.

Sin embargo, también existen momentos en los que la negociación parece inviabilizada por la presión social o la intransigencia de las partes. En tales circunstancias, es crucial recordar que retroceder para negociar no implica derrota, sino una sabia elección de estrategias. Cuando los gritos de la multitud en el coliseo claman por sangre, detenerse y buscar el entendimiento podría ser el acto más noble y valiente de todos. Aquí, la negociación se convierte en un legado que se transmitirá a futuras generaciones, como la historia de Corinto, donde el diálogo salvó a la ciudad de un destino trágico.

La esencia de negociar radica en la creación de mejores condiciones para las partes involucradas. Cada transacción, cada acuerdo logrado, representa una tabla de salvación ante la posibilidad de un callejón sin salida. En naciones donde impera la violencia y que se encuentran al borde de la guerra civil, negociar puede ser la única salida viable. Los ejemplos contemporáneos de países enfrentando conflictos internos resaltan lo importante que es abrir un canal de comunicación antes de que la situación se convierta en un ciclo interminable de confrontaciones. Cambiar una pena de muerte por una sanción sustitutiva es un claro ejemplo de cómo la negociación puede salvar vidas.

En síntesis, negociar no es rendirse; es una expresión de fortaleza, inteligencia y capacidad de adaptación. La historia, tanto mítica como reciente, resalta los beneficios tangibles que emergen de la voluntad de dialogar y buscar compromisos. La posibilidad de construir un futuro mejor, evitar pérdidas devastadoras y forjar relaciones significativas depende, en gran medida, de nuestra capacidad para abrazar la negociación como una herramienta fundamental en la coexistencia humana. La invitación es clara: atrevámonos a negociar, a ceder cuando sea necesario, y, sobre todo, a construir un camino hacia la paz y el entendimiento.

Pedroarcila13@gmail.com 

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