• Sáb. Ago 23rd, 2025

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La mala alimentación podría afectar la función cognitiva del cerebro 

La mala alimentación puede afectar la función cognitiva del cerebro. La falta de nutrientes esenciales puede provocar un declive cognitivo, afectando la memoria, la concentración y la toma de decisiones. Durante la infancia y la adolescencia, la mala nutrición y la mala calidad de la dieta perjudican el desarrollo cerebral y la función cognitiva, lo que conduce a un bajo rendimiento escolar

El cerebro, aunque solo representa el 2% de nuestro peso corporal, es un devorador insaciable de energía, consumiendo hasta el 20% de las calorías que ingerimos. Esta voracidad energética subraya la profunda conexión entre nuestra dieta y la salud cerebral, su rendimiento y longevidad. Lo que elegimos comer no solo nutre este órgano vital, sino que también puede ser su mayor enemigo, contribuyendo a la inflamación, el estrés oxidativo y el deterioro cognitivo a largo plazo.

En un panorama alimentario saturado de opciones, tomar decisiones conscientes sobre nuestra dieta es crucial para proteger nuestra agilidad mental y prevenir enfermedades neurodegenerativas. Identificar y limitar los alimentos perjudiciales es el primer paso en esta dirección. El consumo excesivo de azúcar, por ejemplo, provoca picos rápidos de glucosa en sangre que pueden generar resistencia a la insulina en el cerebro, un factor vinculado a un mayor riesgo de Alzheimer y demencia. Además, el azúcar fomenta la inflamación sistémica y el estrés oxidativo, dañando las neuronas y afectando funciones cognitivas esenciales como la memoria y el aprendizaje.

Las bebidas azucaradas, los jugos envasados, los dulces, la panadería industrial y los cereales azucarados son ejemplos claros de productos que aportan una carga glucémica elevada sin los beneficios de la fibra o nutrientes esenciales. Por otro lado, las grasas trans, producto de un proceso de hidrogenación, son notorias por elevar el colesterol LDL («malo») y reducir el HDL («bueno»), comprometiendo directamente la salud cardiovascular y, por ende, el cerebro. Estas grasas promueven la inflamación y el daño de los vasos sanguíneos que irrigan el cerebro, lo que afecta el suministro vital de oxígeno y nutrientes a las neuronas.

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