Las vacaciones, anheladas por muchos como un período de descanso y desconexión, pueden paradójicamente convertirse en una fuente de agotamiento. Estudios en el campo de la psicología y el turismo advierten que los viajes con itinerarios sobrecargados, múltiples destinos y escasas horas de sueño a menudo dejan al cuerpo y la mente más fatigados que antes de partir. Aunque cada actividad y lugar visitado pueda disfrutarse intensamente, la constante movilización entre traslados, horarios estrictos y planes continuos genera una acumulación de cansancio físico y mental que contrarresta los beneficios reparadores del descanso.
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Investigaciones académicas respaldan esta percepción. Jessica de Bloom, investigadora de la Universidad de Groningen, ha concluido que los efectos positivos de las vacaciones sobre el bienestar están directamente ligados a la calidad del descanso obtenido.
Según sus estudios, cuando un viaje está repleto de actividades, aunque la experiencia sea gratificante, los beneficios reconstituyentes se ven significativamente reducidos. En esta misma línea, publicaciones como el Journal of Travel Research han señalado que los viajes que implican una planificación excesiva y un movimiento constante pueden incrementar los niveles de fatiga en lugar de aliviarlos, subrayando que las pausas dedicadas a la desconexión y el sueño reparador tienen un impacto más duradero en la salud.Frente a esta problemática, los expertos en bienestar y turismo recomiendan un enfoque más pausado y consciente al planificar los días libres.
La clave reside en priorizar el descanso real, permitiendo espacios en la agenda para la espontaneidad y la relajación. Una de las estrategias más aconsejadas es reservar uno o dos días al final del viaje para permanecer en casa.
Este período de transición facilita la recuperación de energías y una adaptación gradual a la rutina, permitiendo así que los efectos positivos de la escapada se prolonguen y que el regreso a las responsabilidades cotidianas sea menos abrupto y agotador.