Ni Petro ni su canciller acudirá al presunto acto de instalación del nuevo gobierno de Nicolás Maduro, previsto para el 10 de enero del 2025. En representación de nuestro país hará acto de presencia el embajador colombiano en Caracas. Cómo interpretar esta jugada de la Casa de Nariño? Significa reconocer a Maduro, a pesar de que es ilegal e ilegítimo tal acto, puesto que Maduro no ganó las elecciones del 28 de julio? O, por el contrario, la ausencia de Petro es un rechazo categórico al fraude electoral del 28 de julio, aunque sin poner en riesgo las relaciones diplomáticas entre ambos países? Dada la infructuosa insistencia de Petro solicitando que se hagan públicas las actas que confirmen el supuesto triunfo de Maduro, la respuesta a la última pregunta parece obvia: rechazo y condena al fraude.
En verdad, Petro está en un trance dubitativo. Es un hombre de izquierda comprometido con la democracia. Se inclina, por una solidaridad con el jefe político venezolano que dice ser de izquierda y, al mismo tiempo, sus convicciones y valores democráticos lo impulsan a condenar las tropelías del régimen venezolano. Ser o no ser.
A diferencia de su homólogo venezolano, a todas luces un analfabeta funcional, Petro es un hombre bien informado, estudioso, culto e inteligente. Por tanto consciente de la tragedia venezolana ocasionada por la gestión política administrativa del actual gobernante venezolano y su antecesor. Conoce de los crímenes de lesa humanidad, violaciones sistemáticas a los derechos humanos, la persecución y la brutal represión en Venezuela. Más allá del fracaso de una gestión está a la vista de los venezolanos y de la comunidad internacional que el denominado socialismo del siglo XXI es todo un fiasco, absolutamente inviable.
El sueño de estatizar toda la economía devino en una pesadilla, de las delirantes y disparatadas expropiaciones se pasa de la noche a la mañana a un opaco proceso de privatización, el combate a la pobreza a través de las «misiones» concluye, 25 años después, con una pobreza que afecta a casi el 90% de la población y una emergencia humanitaria ya crónica. El proceso político iniciado con un gobierno democrático en 1999 pasó progresivamente a ser un regimen autoritario hegemónico y devino, finalmente, en una vulgar y cruel dictadura.
Petro, repito, un tipo bien informado conoce perfectamente la realidad del país vecino. Asociar su nombre y proyecto político a esa basura que es el socialismo del siglo XXI es un suicidio.
Gustavo Petro está plenamente consciente, también, de las enormes dificultades de su gobierno para cumplir su oferta programática electoral. Si bien es cierto que ha alcanzado éxitos políticos importantes como los son la Reforma Laboral, la Reforma al Sistema de Pensiones y logros sociales nada despreciables en la lucha contra la pobreza también es verdad que ha sufrido derrotas políticas. Sabe, igualmente, que la correlación de fuerzas no le es favorable, que la cultura política conservadora de las elites y la clase media colombiana es un hueso duro de roer, que el «pacto histórico» no termina de madurar y que el fracaso en la ejecución de la Ley de Paz Total ha afectado la credibilidad en su gobierno. Conocedor como nadie de esta realidad no puede darse el lujo de que se le asocie a Maduro, tan vinculado como está el dictador venezolano a los grupos irregulares y al narcotráfico de origen colombiano.
El dilema shakespeariano de Petro es incongruente con su proyecto político y sus intereses. Lo que explica el vacío que está por hacerle a Maduro y la profundización de la separación entre ambos, si es que el régimen de Maduro sobre vive a las próximas semanas.
Bogotá, 30 de diciembre de 2024.