• Sáb. Ago 23rd, 2025

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MI MADRE EN UN RETRATO

POR LUIS VELÁZQUEZ ALVARAY

A mi madre la he conocido en un retrato al cumplir 20 años. Por códigos familiares secretos, implantados por los abuelos, nadie hablaba de ella en mi presencia. Nunca mantuve una conversación con mis tías sobre su hermana. En realidad, de una u otra manera se repartían este rol, siempre bajo la prohibición no expresa, de pronunciar su nombre.

Visitantes en la vieja casona, recibían la señal de ojos vivaces de la gran matrona, cuando alguien desprevenidamente solía citar algún recuerdo. El cambio de conversación era enunciado como un semáforo precipitado desde el sillón principal, que dirigía los diálogos, con extraordinaria sabiduría, como directora de esa especie de orquesta familiar, que al caer la tarde, entonaba sus sinfonías prodigiosas, enumerando las jornadas familiares, sin pérdida de detalle alguno.

La biblioteca y el escritorio viejo de caoba -donde el abuelo guardaba sus recuerdos- me atreví a revisarlo un día, allí estaba una foto, la sujete temblorosamente, sin detallar, por la leyenda caligráfica que residía en su costado: “esta foto es para Luisito y solo se le entregará cuando cumpla 20 años”.

Estos dictámenes siempre fueron respetados; mi abuelo inicio su marcha cuando cumplía 11 años. Sabía donde estaba aquel tesoro espiritual, pero allí se mantuvo como sorpresa durmiente, hasta el cumplimento de aquella invocación.

Ya estudiaba en la universidad, cuando regresé en plan vacacional; cumplida la edad del mandato, cual sería mi sorpresa: la abuela me esperaba con sus acostumbradas golosinas caseras:” tome, aquí le dejó su abuelo, un regalo sobre su mamá”, Ni una palabra más.

Su memoria me ha permitido crearme un mundo imaginario. Conjeturo en diversas situaciones , siempre agradeciendo a Dios porque me permitió, ya bajo el mando de la abuela, disfrutar de una gran familia, numerosa y alegre, con tías forjadas para dejar prolífica descendencia, dos tíos que enseñaron con su ejemplo, el respeto a quienes nos rodean y desarrollaron en sus actividades un proceso ético impecable. Mis hermanos compartieron la tradición del silencio sobre los pasos de mi madre. En escasos comentarios me han dicho que su bondad era infinita, capaz de dejar lo que fuera para acudir en auxilio de quien le necesitara; fue sabia de árbol frondoso.

Era una mujer de piel clara y ojos resplandecientes, de mirada abierta, como el sol del llano, de quien fue hija; su mirada dibujaba la actuación cálida y sencilla de los habitantes de esas tierras anchas de verde intenso en una época y con una manta gris cuando las lluvias llegan desesperadas.

Ya con el transcurrir, los bocetos de la vida me han dado una feliz sorpresa ,tuve tres hijos y una niña entre ellos, que a los diez minutos de nacer vislumbre su mirada y allí vi la foto de mi madre. No puedo encontrar dos seres más parecidos: los mismos ojos radiantes de negro claro y mirada profunda, risa escasa pero sincera, firme y valiente, de riesgos de mujer inteligente, de palabra exacta en la circunstancia que corresponda. Ahora mis hermanos me han dicho que son las características de muestra madre. Formada en estrictos planteamientos éticos, Dios hizo que mi niña viniera con estas pinceladas de quien me trajo a esta tierra de Milagros. Se llama Luisamelia y sonríe cuando le digo: eres el nuevo retrato de mi madre.

Cada día recibo más sorpresas, ahora llegaba de vacaciones y dormía profundamente, busque la foto y comencé a hacer las comparaciones, vi germinar un rio de espumas sonrientes: estaba viendo a mi madre.

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