
Pasó lo que tenía que pasar. Para Jean-Paul Sartre la “Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace”. Para Zulay, su quehacer continuaba igual, después de cinco años de viudez. Ella hacía placenteramente lo que quería y le daba vida: ser la conductora, la que lleva el volante de sus vidas. Y, esos ejercicios del alma le permitían jamás ni nunca olvidar a su Roberto.
Su compañero de viaje en el carro, su “copiloto”, sigue impertérrito, sentado dentro de su vasija, su urna cineraria como todos estos últimos años. Ella, habla con él, se ríen de chascarrillos y chistes. Y, así pasan los días, semanas y meses en sus recorridos, en sus viajes más allá de las fronteras psíquicas de ambos. –“Gordo”, amor, ¿cómo te sientes? ¿Te sientes mal?, te veo un poco pálido, estás como frío. Ponte tu gorra, la oscura que te gusta tanto- Él, sonreído, casi con sorna, le comenta muy quedamente: – Tú, mi amor, tranquila y sigue siendo dulce y bella. Esa es mi gran satisfacción. Mira hacia adelante no vayas a chocar- Últimamente se le notaba como muy distraída. Quizás por los recuerdos. -Yo estoy bien aquí en donde me ves. ¡Siempre a tu lado! – le replicaba él. – Mientras se arreglaba afanosamente la gorra abatida por el viento que entraba por su ventanilla. – Ya va, Zulay, no quiero perder este preciado recuerdo tuyo. – Roberto soltó una carcajada por la ocurrencia dicha.
Así pues, el carro para ambos, para Zulay y Roberto, era su hábitat cotidiano y preferido, su lugar existencial. Mientras tanto, oían con gusto la melodía que tanto gustaba a Roberto, a los dos: “La nave del olvido”. En la voz cálida y sensual de “José José”. De pronto, sorpresivamente, Roberto, elevaba su voz y gesticulaba con sus ojos, manos y brazos tendidos hacia Zulay: -Espera un poco, un poquito más para llevarte mi felicidad, espera un poco un poquito más, me moriría si te vas- Reía, reía Roberto, intensa y plácidamente, felizmente.
Zulay, reía también, sin precisar si era de alegría o de tristeza. Pero, reía semejando una lluvia torrencial llena de remembranzas hermosas con Roberto. Ese día, esa mañana, un sábado cualquiera, pero no para ellos dos. Enfilaron su ruta hacia la Guaira. Decidieron ir a “Los Caracas”, a pasar un rato playero en las azules aguas del Mar Caribe. A sentir el sol y los olores a yodo, a lo salado y al tan ansiado “olor a pescado” de ese tan visitado lugar por parte de los caraqueños y demás coterráneos venezolanos. El viaje a orillas del mar les infundía como siempre, diversidad de gozos y ternuras propios de un matrimonio feliz.
Zulay, buscó en la radio música pertinente a esa aventura con el mar. Encontró con mucha satisfacción para ambos, un candente merengue, que alegremente XXX, entonaba así: “Mami, qué será lo que quiere el negro? Mami, ¿qué será lo que quiere el negro?”-
Zulay, radiante de contento, manejaba y al mismo tiempo tarareaba y “bailoteaba” al son de la música: – “Mami, ¿qué será lo que quiere el negro? Mami, ¿qué (…)? – Mientras Roberto con el vaivén del vehículo se movía, casi involuntariamente al son fiestero de la melodía. La vasija, tenía forma de un vaso griego, con la belleza y solemnidad alfarera de la cerámica de la Antigua Grecia. ¡Seguía moviéndose!
Al fin llegó Zulay a “Los Caracas”. No muchos visitantes. Quizás por lo temprano. Eran las 8 am. Se oía música, estridente, por cierto. Quizás de un o unos asiduos y vernáculos personajes que “pegados” a una rocola disfrutaban una guaracha de la orquesta “Billos Caracas Boys”, con unas cervezas ataviadas, abrazadas por el hielo, “enmantilladas” pues.
Zulay, estaciona su carro, se mira en el retrovisor, se arregla un poco la cabellera que estaba como desordenada por el aire de la carretera y el proveniente del mar, se acicala un poco. Baja del vehículo. Antes observa la vasija y nota que está bien. Que no está caída en el piso del carro. Baja las cosas, comida e indumentarias que llevó para disfrutar un día feliz. Camina hacia el sitio donde se ubicarán.
De regreso al vehículo. Se detuvo estupefacta, asombrada. De pronto, sucedió lo que tenía que suceder: Dentro del vehículo, en la ventana del copiloto, estaba saludándole un hombre. ¡Oh, sorpresa! Era Roberto. Quien con una amplia sonrisa y una cara un tanto lívida, muy pálida, le dijo: – ¿Amor, porqué te tardaste tanto? Te esperaba con ansias. Estaba desesperado. Por fin te encuentro. Dios ha permitido hallarnos, aún en nuestros recuerdos. –
Ella, lívida y pálida también, le preguntó como ametralladora: – ¿Eres tú? ¿Qué haces aquí por Dios? -Sentía mucho frio, casi que congelada, rígida y sobre todo asombrada. – Roberto, impávido, contestó: – ¿Que qué hago por aquí? Querida mía, nos encontramos nuevamente. ¿No te hace feliz? – y continuó ahora más ceremonialmente, diciéndole: -Recuerda lo que Jorge Luis Borges decía: – “Los lugares se llevan, los lugares están en uno”-, ¡y este es mi lugar, los dos juntos eternamente, unidos por los recuerdos! –
Después, fantasmagóricamente, tan solo se podían observar dos figuras humanas etéreas, hombre y mujer, impalpables, dentro de una nube muy tenue, delicada, que despedía el perfume combinado de dos cuerpos: un aroma de rosas, lirios y claveles. Roberto y Zulay, celebraron el encuentro, perdón, el reencuentro de dos almas y sus recuerdos. En ese escenario se escuchaba muy quedamente la hermosa melodía “Volver a verte”, de Rocío Dúrcal: “Volver a verte, volver a verte. Saber que vives en realidad. Mirar tus ojos, besar tu frente. Volver a verte y nada más”.
Más tarde, unos meses más adelante, unos años quizás, diez años después seguramente, un transeúnte encontró dentro de un vehículo, deteriorado, desvencijado por el tiempo y el salitre: dos vasijas cinerarias, extrañamente bien conservadas, pero vacías. Mas, sin embargo, se sentía en el lugar mucha paz y un olor agradable a rosas, lirios y claveles. “Los lugares estaban en ellos”. ¡Pasó lo que tenía que pasar! Y, por eso:
“A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en el mismo ataúd.” (Alphonse de Lamartine)
“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos.” (Antonio Machado)
“Si la muerte no fuera el preludio a otra vida, la vida presente sería una burla cruel.” (Mahatma Gandhi)
Calgary, Canadá, 16 de febrero de 2025