“Dios no juega a los dados”, dijo el genio de genios Albert Einstein, y esta frase nos recuerda que incluso el creador de la ley de la relatividad creía en un orden divino más allá de toda comprensión. En estos momentos, los cristianos alrededor del mundo conmemoramos la Semana Santa, en un mundo donde resuenan todavía las palabras de nuestro Señor Jesucristo: “¡Soy yo! ¡No tengan miedo!” (Mateo 14:27), y también el versículo de Juan 4:16-21: “Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.” A pesar de estas verdades atemporales, vivimos en un mundo de guerra y egoísmo, donde pareciera lo contrario. Nos encontramos en una época paradójica, ya que mientras avanzamos a nivel tecnológico, las estadísticas muestran un declive significativo en la fe cristiana en el mundo occidental. Por ejemplo, en Europa, los cristianos representaban el 75% de la población en 2010, pero este porcentaje podría disminuir al 65% para 2050. Además, en Estados Unidos, un informe del Pew Research Center señala que el porcentaje de adultos que se identifican como cristianos cayó del 77% en 2009 al 63% en 2021. Este panorama nos invita a reflexionar: ¿pueden los avances tecnológicos ser un aliado para reavivar nuestra fe o representan un desafío a los valores que sustentan nuestra humanidad?
Mientras los laboratorios de Silicon Valley trabajan incansablemente en la creación de máquinas cada vez más inteligentes, las palabras de San Pablo en su carta a los Corintios nos recuerdan que «el conocimiento envanece, pero el amor edifica». Y es, esta tensión entre conocimiento y amor, entre progreso tecnológico y sabiduría espiritual, define nuestro momento histórico.
El Plan Divino: ciencia, fe y creatividad Humana
Desde tiempos inmemoriales, los creyentes han entendido que la creatividad humana es un reflejo de la imagen de Dios. Génesis 1:27 nos enseña que fuimos creados “a imagen y semejanza” del Creador, y esta conexión divina explica por qué poseemos el don de innovar y descubrir. La ciencia y la tecnología, lejos de ser opuestos a la fe, pueden ser vistas como extensiones de la creación divina. Por ejemplo, avances como las vacunas y los trasplantes de órganos han salvado innumerables vidas, reflejando el propósito divino de preservar y cuidar la humanidad.
Al igual que los milagros realizados por Jesucristo, como la multiplicación de los panes o la curación de los enfermos, los desarrollos científicos muestran cómo el conocimiento puede ser usado para el bien. Sin embargo, este poder requiere ser guiado por un propósito ético y espiritual, algo que se nos recuerda en Proverbios 2:6, “Dios da sabiduría; de su boca vienen el conocimiento y el entendimiento.”
Ética y sabiduría en las 3 grandes religiones
Las grandes religiones monoteístas —cristianismo, judaísmo e islam— han colocado al conocimiento en el centro de su mensaje. El Antiguo Testamento nos presenta la historia de Salomón, quien pidió sabiduría en lugar de riquezas, mostrando que el saber humano es un don divino destinado a ser usado con responsabilidad. En el Nuevo Testamento, Jesucristo llama a sus seguidores a usar sus talentos y capacidades para servir a los demás, dejando claro que el conocimiento debe estar al servicio del amor y la justicia.En el islam también destacan el valor de la sabiduría como una bendición que debe ser utilizada con ética. Como vemos, el mensaje es claro: el conocimiento sin amor y sin responsabilidad puede volverse destructivo, pero cuando está guiado por principios morales, tiene el poder de transformar el mundo para bien.
La cruz de las tecnologías innovadoras
La tecnología moderna nos enfrenta a dilemas éticos que los autores bíblicos quizá nunca imaginaron. La inteligencia artificial y la robótica, aunque prometen facilitar nuestras vidas, también plantean riesgos. ¿Qué sucede cuando estas herramientas se desarrollan sin supervisión ética? ¿Qué pasará si dejamos que las máquinas tomen decisiones fundamentales para la humanidad? Estos peligros no son nuevos. La historia de la tentación en el Jardín del Edén nos recuerda cómo el deseo de conocimiento sin límites puede llevar a consecuencias devastadoras. Hoy, nos enfrentamos a escenarios distópicos donde conceptos como la inmortalidad artificial y la juventud eterna podrían ser logrados, pero al costo de nuestra libertad y humanidad ya que si los transhumanos nos superan, podremos ser esclavizados por robots y siendo eternos, no podría haber un infierno mas agónico y calcinante.
Resurrección: esperanza y transformación positiva
La resurrección de Jesucristo es el símbolo máximo de esperanza y transformación. Su mensaje tras el sufrimiento nos enseña que, incluso en las circunstancias más oscuras, hay luz y redención. En un mundo tecnológico en constante cambio, la fe puede ser una guía para desarrollar innovaciones que sirvan a la humanidad en lugar de esclavizarla. La diferencia fundamental entre la resurrección y la inmortalidad artificial radica en el propósito. Mientras la primera es un acto de amor divino para redimir a la humanidad, la segunda puede ser vista como un intento egoísta de superar nuestras limitaciones sin considerar las consecuencias éticas. Aquí, el mensaje de Jesucristo se convierte en una brújula para decidir cómo usamos nuestro poder tecnológico. Con amor, ética y sabiduría, podemos construir un futuro próspero para todos, donde las tecnologías más innovadoras trabajen al servicio de la dignidad humana por sobre todas las cosas.
Amor y Justicia, brújulas de un futuro de prosperidad
El amor y la justicia, pilares del mensaje cristiano, son también las bases para construir un progreso tecnológico ético y un futuro de prosperidad general. En lugar de dejar que el odio y la desigualdad dicten nuestro porvenir, debemos usar la innovación para promover la verdadera igualdad y el bien común, no basada en igualar hacia la pobreza como lo hace el Socialismo destructor, al contrario, en igualarnos y darnos acceso universal a la educación en línea y el uso de las tecnologías para combatir la pobreza dentro de la ética cristiana que puede guiar el desarrollo tecnológico responsable. Al centrarnos en el amor como principio regulador, podemos asegurar que nuestras herramientas no se conviertan en armas, sino en puentes hacia un mundo mejor.
El rol de creyentes, agnósticos y no creyentes en el uso de las tecnologías disruptivas
Este desafío no es solo para los creyentes. La construcción de un futuro ético requiere un esfuerzo colectivo que trascienda las diferencias religiosas y fomente la unión entre personas con distintos puntos de vista. El diálogo entre fe y ciencia no solo es esencial, sino también urgente, ya que permite encontrar soluciones que respeten los valores universales de amor, prosperidad y dignidad.
Innovaciones como la inteligencia artificial (IA), la realidad virtual (RV) y aumentada (RA), la robótica, la nanotecnología y la búsqueda de la juventud eterna representan herramientas de un potencial inmenso. En lugar de ser vistas únicamente como amenazas, estas tecnologías disruptivas pueden convertirse en vehículos para transformar la humanidad, resolviendo problemas como el acceso desigual a recursos, la pobreza y las enfermedades crónicas. Por ejemplo, la IA ya está revolucionando campos como la medicina, ayudando en diagnósticos tempranos y tratamientos personalizados, mientras la nanotecnología está desarrollando soluciones para purificar el agua potable en regiones desfavorecidas.
Sin embargo, para aprovechar plenamente estos avances, es necesario un enfoque que priorice los valores éticos. La fe cristiana ofrece una brújula moral que enfatiza el amor y el servicio a los demás, valores que pueden influir en el diseño y uso de estas tecnologías. Por su parte, los agnósticos y no creyentes pueden contribuir con principios universales como la igualdad, la justicia y el respeto por la dignidad humana. La colaboración entre todas las perspectivas es crucial para asegurar que la tecnología trabaje al servicio de la humanidad, creando un mundo donde el progreso esté guiado por la sabiduría y el amor.
«No Tengáis Miedo»: ¡El Futuro Será Grandioso!
Las palabras de Jesucristo, “No tengáis miedo”, son más que un consuelo; son un llamado a la acción y a la confianza en medio de los retos. La promesa Jesús, hecho hombre, de estar siempre con nosotros nos recuerda que, incluso en los momentos de mayor incertidumbre, la esperanza siempre prevalece.
Χριστός Ανέστη! (Christos Anestis – Cristo ha resucitado) Αληθώς Ανέστη! (Alithos Anestis – Sí, ya resucitado). Cristo ha resucitado, y con Él, la esperanza de un mundo transformado por el poder del amor.
Dayana Cristina Duzoglou Ledo
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